( continuación de El monstruo de la laguna )
No hay dudas, a medidas que fui caminando e investigando,
fui encontrando vestigios del monstruo que anduvo dando vueltas esa noche.
El grito fue real y no una fantasía de un niño inquieto
en su cama. Y mucho menos, el efecto del vino patero.
A varios kilómetros de la investigación en la primera
laguna que visité, estaban las pruebas. Al costado de la Ruta 51, en la cuneta.
Ni chupa cabras, ni lobizón, el mismísimo Diablo había
dejado sus barbas sobre los pastizales y yuyos, que cubrían un zanjón.
El había mudado sus blancas barbas o puesto en remojo.
Vaya a saber que travesura realizó durante la noche en el pueblo o sus alrededores.
Seguramente debió travestirse para disimular su presencia.
Pero ya lo descubrimos, sabemos quién es, y que estuvo arrastrándose
por estos lugares.
Para ello debemos buscar ayuda.
Casi puedo asegurar en que otro lugar anduvo. Justo en el
lugar donde debemos solicitar ayuda.
Allí lo atraparemos, allí buscaremos paz, allí vamos…
Que buenas imagenes!! un relato con suspenso!!! saludos amigo!
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