Cerro Amago

Luego de visitar La Carolina, mi destino me llevaría a San Francisco del Monte de Oro, unos 30 km al norte. Pero qué 30 km, trepando el Cerro y luego bajando hasta el Valle.
Una pequeña garúa al subirlo, hacía resaltar el poco verde de las hierbas que crecía entre tanta piedra.



Lo fui disfrutando a pleno, realizando una innumerable cantidad de fotos.

Todo esto cambiaría con el descenso, debo aclararlo, de una ruta en impecable estado. Ya me habían avisado que debería tener cuidado al conducir.



Todo en primera, usando el motor como freno, sin pisar embrague y el freno, sólo unos pequeños toques.


En algún instante, por intuición, pisaba el embrague y el auto se embalaba. Qué sensación de temor me generaba…

De un lado, la pared de la montaña; del otro, un pequeño muro de piedra de contención. Luego, un precipicio casi sin fondo y a lo lejos, el embalse de San Francisco.

Pocas fotos hice en este trayecto, mi cuidado estaba al conducir. Unas cuatro o cinco veces paré el vehículo, poniendo el freno de mano, dejándolo en cambio y contra la pared de la montaña.
Mirando hacia un lado y al otro por si algún otro auto venía, bajaba y cruzaba la ruta para hacer unas pocas fotos que documentaran el momento vivido.

Bellísimo lugar por cierto, para hacerlo nuevamente en un futuro, pero caminando.

No sé cuánto tiempo duró ese descenso, pero en algún momento me pareció eterno. Siempre buscando la última curva, pero no: había otra y otra y siempre en una muy profunda bajada.

No era la primera vez que bajaba un cerro, pero esta me pareció la más impactante.

Genera cierto temor, lo debo asumir. Posiblemente el estar cada segundo concentrado en la maniobra hace que uno se tensione más.

Cuando llegué a una larga recta, también con leve pendiente, sentí un gran alivio y retraté el arroyo que cruzaba la ruta y que aguas arriba, la gente disfrutaba bañándose en una tarde de muy altas temperaturas.