Tormento y luz
Tenía la lengua seca y blanca.
Ya no sabía los meses que llevaba caminando sin beber.
El final tan temido parecía cercano. Morir de sed…
Cada dos o tres días aparecía una pequeña brizna de hierba, que Dióscora comía con delicada veneración.
Su mente femenina hablaba con la Tierra y el Sol pidiendo justicia y misericordia.
La explosión había espantado las nubes.
Su dolor de mujer no escuchada le retorcía el estómago de a ratos.
Dióscora siempre había hablado de precaución y cautela. Pero la mayoría de los atlantes modernos no entendía ni atendía sus ideas moderadoras. Estaban hipnotizados por los destellos de las nuevas tecnologías, y se creían omnipotentes. Soberbios y arrogantes ante la humildad quieta de lo Creado.
Y había sucedido el infierno.
El barro reseco y craquelado rezaba una oración de piedad en los pies de Dióscora. La desolación era fantasmal.
Lo vio, deslumbrada por el Sol de la tarde que se iba. Y ante ella se hizo la luz, la luz de su esperanza. El escarabajo, minúsculo ante la soledad. Lo tomó en su mano, lo miró embelesada. Sabía que el insecto solo vivía donde había humedad.
Se prosternó ante la divinidad que la había sostenido hasta acá. Gaia. La Vida. Madre Natura. Así quedó largo rato.
Un nuevo orden de paz comenzaba a instaurarse en su interior.
Por el este, La Luna comenzaba a levantarse.
Texto: Emma Violeta Chauvy
La última foto, excelente...conmueve...
ResponderEliminarHubo actividad minera en estos lugares, o es así por naturaleza?
rulos de chocolate parecen los de la última foto. Drama el del escarabajo... el del hombre en definitiva.
ResponderEliminarPobre GAIA....
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