LA AVAIDAD, EL SER GUARANÍ
Dos grandes
ríos bajan entre saltos y cascadas por lomadas rojas cubiertas de espeso
follaje. Enmarcan los espejos de agua del Iberá, las pampas correntinas, los
palmares y cuchillas de Entre Ríos. El Paraná y el Uruguay, confluyen
finalmente en el delta arenoso y engendran el Río de La Plata.
En ese escenario de apabullante belleza, la
conservación de los rastros humanos es particularmente difícil dada la humedad
que conservan los suelos y el clima abundante en lluvias. A pesar de ello,
podemos saber que hace entre 8 y 10.000 años, nuestros más antiguos antepasados
trabajaron la piedra basalto en la denominada Cultura Altoparanaense.
Un tiempo
después, dieron forma a puntas de flecha, raspadores y raederas aprovechando la
variedad de piedras duras que ofrece la
región. Cerca de El Dorado (Misiones) se hallaron cerámicas y hachas
pulidas de unos 2.000 años de antigüedad.
El curso
medio del Paraná fue remontado por ágiles canoas cavadas en un solo tronco y
los pescadores ribereños modelaron ollas con tapas que remataban en cabezas de
loros o de jaguar. Esto ocurría hace unos 1.000 años cuando además de la
técnica, nació la expresión artística.
Desde entonces, nuestros “Avá” (hombres) fueron descendiendo hacia el sur y mezclándose con algunos grupos de economía cazadora y otros cultivadores. Unos masticaban el corazón del palmito, otros plantaban ombúes sobre los cuerpos de sus muertos, casi todos jugaban con pelotas hechas de la gomorresina del mangay.
Podemos
mencionar a los Kaingang, Charrúas, Mocoretá, Coronda, Timbú, Mbeguá. Todos
ellos se extinguieron rápidamente en los primeros 100 años de la invasión
europea.
El “ser guaraní” o avaidad se fue configurando hace unos 1500 años en la porción este
de Paraguay y el Estado de Paraná, Brasil. Desde allí se dispersaron hacia el
Atlántico, hacia el Amazonas, el Orinoco y el Caribe. También hacia el oeste
hasta llegar a Los Andes.
El
fundamento de su cultura es el respeto por la Naturaleza. El hombre le
pertenece, de ella está hecho, de ella se alimenta, de sí mismo.
Toda vida
vive de la muerte de otra vida y es en consecuencia que no se puede tomar una
vida en vano.
Cuando se
caza, se pesca, recolecta, se pide permiso a la esencia o “dueño” de aquello
que se tomará. Igual se invoca a la fertilidad de la tierra para pedir permiso
antes de sembrarla.
Hay tres
principios que rigen la vida de los avá:
*La gente no se mide (ni en altura, ni
en peso, ni en destreza ni en belleza)
*La gente no se cuenta (tampoco se la
numera con documentos)
*La gente no se compra ni se vende (ni
por un salario, ni por explotación)
En la lengua guaraní no existía la palabra “trabajo” porque lo que se hace en comunidad (construir una casa, pescar, nadar, cosechar) es algo natural y placentero. Ahora, ellos dicen que “padecen trabajo”.
El carácter
seminómade de este pueblo tiene motivaciones tanto míticas como económicas.
Las grandes migraciones son acompañadas por un Karaí (profeta) quien recibe en sueños
el camino a seguir. Allí van los de Pyá-Guazú
(corazón grande y valeroso), los Jeguakáva
(que llevan el tembeté o emblema de la masculinidad) y los Jachukáva (los que portan el emblema de
la femineidad: el cesto). Parten en busca del Iwi Mará’ey , un lugar libre de males y enfermedades donde la
libertad es posible y se alcanza la felicidad. La “Tierra sin Mal” existe en este mundo. No es necesario atravesar la
muerte para encontrarla. Está aquí y sólo
hay que animarse a encontrarla.
Este
particular modo de pensar el mundo fue lo que hizo posible la alianza cultural
entre los guaraníes y los Jesuitas, dando lugar a una experiencia
socio-política-económica-artística que alcanzó un altísimo grado de eficiencia
y despertó el temor de los grandes poderes del siglo XVII que se apresuraron a
destruirla antes de que su autonomía los hiciera tambalear.
El principio
es la igualdad. La forma, la solidaridad. Las grandes casas comunales o
“malokas” albergaban hasta 300 personas. Una comunidad puede componerse de casi
2.000.
En el
asiento de fogones, somos todos iguales. Todos tenemos derecho a la palabra que
es lo más valioso que tiene el hombre, la primera creación de Ñanderú Nuestro
Padre: el fundamento del lenguaje humano. La palabra “alma” es la misma que para
“palabra”. Cada hombre que va a ser padre, esculpe en madera noble un banquito
con forma de animal en el que su hijo se sentará cuando tenga edad para ser
parte del fogón.
La similitud
de la condición humana con el resto de la Naturaleza de la que se alimenta su
respeto y es fuente del respeto entre los hombres, tiene su expresión más ética en el “Avaporú” (antropofagia ritual). Es la
reincorporación de la vida, el homenaje a mi ocasional vencido a quien doy por
sepultura mi propio cuerpo. A partir de ese acto se transforma en “Retará” (compatriota del alma).
Los cantos y
danzas rituales se acompañan de instrumentos sencillos como las flautas de dos
cañas (femeninas) o de una (masculina). El takuapú es un bastón de ritmo y el
chamán suele utilizar maracas y sonajas. La danza grupal y el ayuno llevan a un
“estado de perfección”.
En el siglo XVI, eran 1.500.000 en el Gran Chaco
Paraguayo-Brasilero-Argentino. Hoy casi no quedan guaraníes en estado puro. En
nuestro territorio, apenas unas 300 familias en el este de Misiones. El
mestizaje fue inmediato a la llegada de los españoles y la fundación de
Asunción. Cada europeo se hacía de un “harem” de jóvenes muchachas y en los
primeros 10 años se produjeron unos 15.000 nacimientos. Otros episodios como la
Guerra de la Triple Alianza y la apropiación
de territorios por parte del Gobierno del Gral Stroessner fueron diezmando a la
población masculina y acelerando la disolución genómica de los guaraníes.
Sin embargo,
y tal vez por obra de Ñanderú, su hermosa lengua es la que más se ha sostenido
en el tiempo y podemos estimar en 5.000.000 los mestizos hablantes del
yoporá-guaraní entre los tres países. Casi 2.000.000 en nuestro suelo.
Su hermoso
universo fue atravesado por las fronteras políticas. La riqueza de la selva ya
no está a su alcance. Los que sobreviven, lo hacen con una agricultura mínima y
la venta de cestería y tallas en madera que reproducen los animalitos que antes
abundaban y hoy, también se extinguen.
Todavía
cantan, todavía danzan, todavía se sientan alrededor del fuego para no perder
la memoria y el respeto, el espíritu de los avá que quedan en la “morada terrenal imperfecta”.
LA AGRICULTURA EN LA SELVA
La
agricultura de selva requiere que sea itinerante para no destruirla, y por
vigilante técnica de “roza” o “chamicera”. Se elige un área de bosque, se
desmonta un espacio pequeño, se prende fuego a los troncos para que la ceniza
nutra y el calor haga que los “bichos” aireen en mayor profundidad la tierra.
Se evita que el fuego se extienda. A la segunda lluvia, se siembra.
Se reproduce
el ecosistema generalizado del monte. Las plantas más altas como el avatí
(maíz) protegen del exceso solar, las trepadoras como el poroto y el maní
aprovechan de aquellas a la vez que proporcionan distintos nutrientes a la
tierra y al hombre; camotes y batatas, mandiocas y zapallos, rastreras,
mantienen la humedad y previenen la erosión.
A los 3, 5 ó
7 años a lo sumo, las tierras agotadas se dejan en barbecho hasta que la selva
se reconstruya. Se necesita disponer de grandes extensiones. Por eso, la selva
es el país de los Avá.
La yerba
mate (caá) es una de las plantas sagradas que los originarios consumieron como infusión o cocimiento para recuperar
energías, mejorar la digestión y celebraciones rituales. No la cultivaban, era
un arbusto de alto porte que crecía silvestre y salían a buscarlo.
La costumbre
de beber a través de una pajilla hueca el contenido de una calabaza ahuecada y
curada con brasas, fue adoptada rápidamente por los españoles que la
incorporaron a su vida cotidiana y la extendieron por todo el territorio del
virreinato del Río de La Plata.
SALUD Y MEDICINA GUARANÍ
La forma que
tenían de curar era muy distinta a la europea. Eso se debe a una distinta
concepción de los conceptos de salud y enfermedad. Para los guaraníes, la
enfermedad es un producto de la sociedad o un daño intencional. Distinguen muy
bien de lo que es catástrofe o casualidad. Si uno va a cazar un yacaré y el
animal se lo come, eso es justicia, la ley de la vida.
Ellos no
tenían enfermedades como tuberculosis, tifus, cólera, gripe, sarampión. Se
introdujeron con los europeos.
Sífilis, sí
había. Pero en una forma benigna no mortal.
Las otras
enfermedades que conocían se atribuían a un problema social, como la mala
alimentación o a alguna intervención de otra persona (envenenamiento?). Por eso
las curas se basaban en un gran conocimiento de los recursos naturales:
medicina verde o medicina animal. De eso no se ocupa el médico, la comunidad
sabe bien cómo hacerlo. El shamán cura con la palabra, con el salmo, canto,
danza y con la succión del mal. Va empujando el mal hasta arrinconarlo y ahí lo
“chupa”.
La picadura
de víbora se considera natural. No hay antídotos, se aplican emplastos para que
absorban el veneno y se extrae.
Ejercían la
poligamia. Cada hombre tenía 2 ó 3 mujeres, generalmente hermanas.
El control
de la natalidad se realizaba simplemente no deseando tener hijos. Para que un
niño nazca se necesita que sus padres lo sueñen. Los niños son hijos de un
sueño compartido. Si no, no nacen.
Como son
agricultores, los amamantan mucho tiempo. Cuanto más se amamante, más pacífico
y noble será ese niño. Mientras lo haga, la mamá no se embarazará de nuevo.
Los guaraníes también practicaban la
homosexualidad. Si están en la aldea con las mujeres no se les ocurre, pero si
salen en largas excursiones de caza o las chicas se van a recolectar por varios
días, cada uno hace lo que le venga en ganas.
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