Era hora de almorzar y en un puesto al costado de la ruta paré a comprarme unos kilos de uvas. Algunas fueron a la conservadora para enfriarse y un “cacho” de casi un kilo fue mi compañero de viaje, tomando asiento junto a mí en una bandeja.
Mi mano derecha tomaba una a una a cada paso, mientras recorría la ruta.
Esa parada también fue para traerme un recuerdo: unos potes de mermelada de alcayota con nueces y unos vinos pateros.